lunes, 17 de febrero de 2020

Rembrandt y el retrato en Ámsterdam 1590-1670


Rembrandt es, sin duda, el pintor holandés más importante del siglo XVII. Mientras que la mayoría de artistas de su época se especializaron en un género concreto, él sobresalió en numerosos campos, y no solo como pintor, también como dibujante y grabador. El género del retrato fue uno de ellos y, a pesar de haber alcanzado al igual que en los otros el máximo nivel, nunca hasta ahora se había dedicado una exposición en exclusiva a su faceta como retratista.
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta Rembrandt y el retrato en Ámsterdam 1590-1670, que reúne una selección de retratos realizados durante su «siglo de oro», con la figura y la obra de Rembrandt como eje central. Una excepcional selección de casi un centenar de pinturas y grabados que incluye algunos de los mejores ejemplos, tanto de Rembrandt -39 en total- como de otros artistas de la época, para mostrar la gran variedad y extraordinaria calidad de su trabajo.
La muestra está comisariada por Norbert E. Middelkoop y cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y el apoyo de JTI. y reúne una selección de retratos realizados durante su «siglo de oro», con la figura y la obra de Rembrandt como eje central.


Como otros retratistas en Ámsterdam, Rembrandt estuvo condicionado por un mercado sujeto a las leyes de la oferta y la demanda pero, a diferencia de los otros artistas, él no dejó que la opinión de sus clientes o de sus colegas pintores interfiriera con su propio arte no convencional. Presentar su obra en esta exposición junto a la de sus contemporáneos, a la luz de sus también extraordinarios logros, permite apreciar en su justo valor la verdadera aportación de Rembrandt al arte del retrato. Igualmente, cabe destacar que tanto la muestra como el catálogo que la acompaña recogen el resultado de investigaciones recientes que han arrojado nueva luz sobre el desarrollo del retrato en Ámsterdam y, en concreto, sobre la obra de Rembrandt.

Presentar su obra en esta exposición a la luz de sus también extraordinarios logros, permite apreciar en su justo valor el verdadero aporte al arte del retrato.  La renovación del género desde sus inicios en Ámsterdam a principios de la década de 1630, Rembrandt dió a sus modelos una libertad de movimiento poco usual. Como Frans Hals en Haarlem, Rembrandt abrió en Ámsterdam nuevos caminos, inmortalizando a sus clientes en poses dinámicas que sugerían interacción con el espectador e incorporando al género del retrato aspectos que había desarrollado ya en sus escenas mitológicas, religiosas o de historia, como las cualidades narrativas, el uso del claroscuro o la representación de las emociones humanas.


A lo largo de los años se fue centrando cada vez más en los rasgos esenciales de sus modelos, en especial en los rostros. Sus pinceladas enérgicas y, especialmente en su última época, cargadas de materia pictórica han llevado a especular sobre los objetivos artísticos del pintor, que parecía estar más interesado en la representación de caracteres que en el parecido físico del retratado. En ésta misteriosa cualidad radica el secreto de la atracción que ejercen hoy en día sus retratos, incluso 350 años más tarde, sobre el público que los observa. Pero Rembrandt no estaba solo ni era un genio aislado.


En Ámsterdam había un nutrido grupo de retratistas que respondía a una alta demanda del mercado. Su talento pudo florecer gracias al auge de la economía holandesa, que enriqueció a muchas personas: antiguas familias de la ciudad, hábiles inmigrantes de otras localidades o países y, por supuesto, a la propia ciudad. Sus habitantes necesitaban viviendas adecuadas y las organizaciones cívicas, lugares de reunión representativos. De ésta manera, los retratos se convirtieron en una necesidad para cualquiera que dispusiera de suficiente espacio en la pared y anhelara ser recordado.  En ellos aparecen matrimonios, artesanos trabajando, niños, eruditos, hombres de negocios de éxito y, por supuesto, los propios pintores. Un lugar especial lo ocupan los espectaculares retratos de grupo: familias, gobernantes - tanto hombres como mujeres-, miembros de la guardia cívica, cirujanos impartiendo su lección de anatomía...


Antes de que Rembrandt irrumpiera en la escena artística de Ámsterdam, pintores de la talla de Cornelis Ketel, Cornelis van der Voort, Werner van den Valckert, Nicolaes Eliasz. Pickenoy y Thomas de Keyser fueron los primeros en beneficiarse de la creciente demanda de retratos que existió entre 1590 y 1630. Cuándo Rembrandt fue invitado a la ciudad por el pintor y marchante Hendrick Uylenburgh, cuyo estudio de pintura dirigió hasta 1636, el joven artista de Leiden se convirtió en un competidor de peso. Bien relacionado, Uylenburgh le introdujo en los círculos sociales de la ciudad, lo que sin duda le permitió entrar en contacto con nuevos clientes y mecenas.


Su matrimonio con Saskia Uylenburgh, prima del marchante, en 1634, supuso igualmente un importante ascenso en la escala social. En mayo de 1635 la pareja dejó el taller de Uylenburgh para ocupar una casa alquilada, donde el artista estableció su propio estudio. Rembrandt seguía experimentando y practicando con varios géneros y mostrando una gran diversidad de estilos. Fueron años de prosperidad económica que le permitieron comprar en 1639 una vivienda definitiva, actualmente sede del museo Rembrandthuis.  Al mismo tiempo, otros pintores llegaban a Ámsterdam con la ambición de beneficiarse de la insaciable demanda de retratos: Bartholomeus van der Helst desde Haarlem, Jacob Backer desde Frisia, Joachim von Sandrart y Jürgen Ovens desde Alemania. Incluso Frans Hals tenía clientes de Ámsterdam, aunque nunca se trasladó a vivir a la ciudad.


De los muchos alumnos y colaboradores de Rembrandt, algunos llegaron a ser también retratistas de éxito, como Ferdinand Bol, Gerbrand van den Eeckhout y Govert Flinck, quién le sucedería en el estudio de Uylenburgh. En éste caldo de cultivo se desarrolló un ambiente de sana competencia  artística entre los maestros, ansiosos por lograr el mayor número de encargos, lo que se traduciría en una altísima y constante calidad de las obras.


En 1642 fallece Saskia, dejando a Rembrandt solo a cargo de su hijo Tito, de apenas un año de edad.Fueron momentos difíciles para el pintor, su ritmo de trabajo se ralentiza y empieza a atravesar dificultades financieras. En 1647 ingresa al servicio de la casa Hendrickje Stoffels, que acabó convirtiéndose en su compañera y madre de su hija Cornelia, nacida en 1654. En aquellos años, hacia la mitad del siglo, las cosas habían empezado a cambiar en el panorama artístico de la ciudad y surgieron precursores de un estilo «académico» con una orientación más internacional en los retratos, como Cornelis Jonson van Ceulen e Isaac Luttichuys. Rembrandt, no obstante, siguió su propio camino, reduciendo los colores de su paleta y desarrollando un estilo que los funcionarios consideraban demasiado adusto y, por tanto, inapropiado para el programa de decoración del nuevo Ayuntamiento de la plaza Dam.  Algunos de sus antiguos colaboradores, como Flinck o Bol, recibieron el encargo para la ornamentación de varias salas, superando por entonces en éxito y en popularidad al maestro.


Las dificultades financieras por las que Rembrandt atravesó en aquellos años le llevaron a la venta de su colección de pinturas y objetos valiosos en subasta pública, tras declararse insolvente en 1656, tema aún en proceso de estudio por los especialistas.
La familia se trasladó a vivir al distrito de Jordaan, un barrio de clase trabajadora y, junto a su hijo Tito y Hendrickje, creó una nueva empresa artística que le permitiera seguir trabajando de manera independiente. Rembrandt continuó pintando y recibiendo diversos encargos, y aunque no tuviera el éxito de décadas anteriores, siguió siendo una figura importante y reconocida. Su influencia en el arte de su tiempo fue inmensa, con numerosos discípulos a los que enseñó su manera de pintar e incontables seguidores que perpetuaron posteriormente su estilo.
El recorrido de la exposición sigue un orden cronológico a lo largo de nueve capítulos. Las primeras salas están dedicadas a la tradición del retrato inmediatamente anterior a la llegada de Rembrandt a Ámsterdam y el inicio de la renovación del género. Les sigue un espacio centrado en sus comienzos como retratista y varias salas cronológicas que presentan a "Rembrandt y sus rivales", para terminar en "Los años finales" con obras de entre 1660 y 1670.
A mitad del recorrido hay un espacio dedicado a los retratos de género y de pequeña escala, y se reserva un último capítulo a su trabajo como grabador, con una destacada selección de retratos privados y autorretratos.


Debemos señalar, igualmente, la presencia a lo largo de los distintos capítulos, en función de su cronología, de magníficos ejemplos de los denominados tronies (del holandés tronie, que significa ‘rostro’), un tipo de retrato específico holandés en el que no se representa a una persona en concreto, sino el busto de un personaje con determinadas expresiones faciales y la figura generalmente viste ropajes exóticos o llamativos. Éstas obras servían para estudiar no solo la expresividad de los rostros, sino también la composición y la luz. 

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