Las artes plásticas ofrecen respirar un aire fresco para el sentimiento creador del artista, para dar una nueva forma a su vida de acuerdo a cada tiempo de vivencia, y para cada ámbito ofrece distintas propuestas de vida.
En La Boca del Riachuelo se ha dado el hecho cultural de manera singular con los muchos artistas que se involucraron con vitalidad de las ideas creativas, que les tocó vivir en el siglo pasado con el progresismo en el pulso de lo cotidiano.
Su vida pasaba por disímiles experiencias desde lo metafísico a lo pampeano con las xilografías o los grabados y también con la pintura.
En sus obras hay una impregnación de su vida sobre el arte como una extensión de la vida y el trabajo que volcó sobre sus telas y definió su carácter como fuente inspiradora.
El entorno de La Boca con el Riachuelo permite la creación artística con un sello inconfundible en sus calles adoquinadas, el paseo Caminito (que fuera un teatro al aire libre), el agua marrón del Riachuelo, su puente transbordador, el patio del conventillo, la cantina, los pasos de la noche y su gente conversando en las puertas de calle de sus casas de chapa de zinc, la sirena de los barcos y los tallarines de los domingos junto al clamor del fútbol en la “bombonera”, hacen la puesta en escena con gesto teatral de una tradición de vida italiana con especial identificación social imigratoria.
En 1830 La Boca era considerado un pantano de ranas y creció como un pueblo marginado separado de la ciudad, mucho antes de la la Gran Inmigración; eran artesanos, prácticos en la navegación que provenían de la Liguria y debieron adaptarse a las inclementes inundaciones que desarticulaba al barrio con el resto de la ciudad.
La particularidad boquense llevó a crear instituciones sociales y culturales con características netamente peninsular donde en 1895 de 38.200 habitantes boquenses eran 20.500 extranjeros de nacionalidad italiana que registraron una actividad pública, academias de arte, teatro y periodismo en su lengua natal, dentro del inspirador ámbito cultural instalaron sus talleres Victorica, Spilinbergo y Alfredo Lázzari, nacido en Luca y alumno de la academia florentina, maestro de Lacámara, Stagnaro y de Quinquela Martín.
Quinquela modeló la Vuelta de Rocha como un polo cultural y educativo con la creación en 1936 de la Escuela-Museo de Bellas Artes donde los sueños artísicos reconocían sus orígenes solidarios para promover al arte como desarrollo social, y así los habitantes de la Boca podían reconocerse con su propia identidad de artistas.
Alejados así de la ciudad debieron enfrentar su diferencia con los intectuales como Borges y Bioy Casares que entendían la diferencia de los suburbios en el gaucho matrero o en el heroico compadrito que merodeaba el entorno de Puente Alsina o el Maldonado.
Según Prebich a Quinquela lo rebautiza llamándolo de Kin-ke-la como la imágen distinta del barrio y como un pedazo aparte del Buenos Aires que a travéz de Quinquela comenzaba a recibir premios internacionales y locales al ir tomando dimensión boquense de la diferencia porteña, con el inaugurado teatro Gran Rex frente al Ópera en la bulliciosa calle Corrientes, el Obelisco que pretendía unir el pasado remoto de la humanidad con la histórica pirámide de Mayo para querer distanciarse del orillero Riachuelo, donde el prototipo inmigrante italiano era visto como el gringo verdulero que lidiaba hasta el tramo canalizado hasta el puente Pueyrredón, ofrecía en la segunda década del siglo un paisaje que no podía ser del agrado de Prebisch, por sus abruptos contrastes de las barcas del puerto con guinches y mástiles con aquél pintoresco aquelarre invadido por sus fábricas de chimeneas humeantes, hacían la cotideana existencia del vivir.
En el siglo XIX surgen tendencias antiacadémicas en el arte pictórico expresado por la pobre realidad social como en “La sopa de los pobres” de Giuduci, “Sin pan y sin trabajo” Della Cárcova, ó “La hora del almuerzo” de Collivadino que descubrió a Quinquela, al testimoniar de la renovación estética en el arte que definieron el cambio de siglo con el trabajador de figura titánica, en oposición a la vida burguesa con mira hacia la revolución industrial que motorizó los nuevos realismos que florecían desde México a Berlín.
Al volver Quinquela de su gira europea y triunfar en Paris y en la Italia de Mussolini que lo nombró su pintor predilecto en 1929 por retratar el trabajo en sus obras, es alentado por la política y decide quedarse en La Boca distinguido como honorable y comienza a pintar sus obras de claroscuros, del trabajo primitivo y brutal de los peones de estiba con luz reflejada por ondas leves del rio, hasta soleadas mañanas de colores contrastantes de las fábricas humeantes, que crecieron a la vera de ése pantano en el activo puerto de descarga boquense.

En 1938 inaugura su museo al igual que Eduardo Sívori lo hacía con el suyo con su obra un excelente claroscuro “La muerte del Marino” de 1888 en el museo Municipal de Bella Artes, para dar cuenta de la variedad de estilos y los valores artísticos que pugnaban por la búsqueda de la legitimidad en las distintas corrientes figurativas argentinas que afirmara una autonomía cultural tomadas como las expresiones costumbristas.
Lo figurativo toma la estética de Soldi representada en óleo sobre tela de “La casa de América” en 1939, ó las figuras y retratos de Antonio Alice “Viejo Baco” que profundiza las captaciones psicológicas en la forma del claroscuro, hasta las estructuras geométricas de la obra de Scotti “Mujer en interior” en 1945, mientras entre los paisajes abundan la singular mirada de Guillermo Butler en sus obras influídas por el impresionismo.
Otro abordaje artístico refiere a obras con preocupaciones sociales con la pintura del grupo de París, mientras que Raquel Forner denuncia la guerra con “El Manto Rojo” en 1941, Antonio Berni lo hace mostrando con su ropa la miseria en “El niño y su moneda” en 1951 y Lino Eneas Spilimbergo enmarca la escena de un anciano comiendo pobremente en “Momento Feliz” de 1927, y otro creador que dejó testimonio de sus convicciones políticas fue Enrique Policastro con su obra “Alto Bariloche de los chilotes” de 1956, donde pinta uno de los barrios más pobres como contracara de una ciudad turística por su pintoresquismo, a la sombría auteridad de la existencia por seres como víctimas de un órden social injusto que reclama superar.
Para ampliar éste panorama de argentinidad y reconocer sus orígenes y otros precursores, Quinquela fomentó el acervo del museo con destacados artistas tales como Graciano Mendilaharzu, Ernesto de la Cárcova, Lucio Correa Morales junto a otros iniciadores boquenses como Américo Bonetti, Francisco Cafferatta, Tomás Di Taranto con su obra de folcklore urbano del organillero y la niña “Cotorrita de la suerte” de 1970, y (el que suscribe la presente lo recuerda como mi profesor de dibujo), y Alfredo Lázzari que retrató el pintoresquismo boquense de sus calles y casas con su tela “Olavarría é Irala”, consiguió el impulso inicial de lo que sería la “edad del oro” como pionero del paisaje ribereño que sirvió de inspiración para otros artistas.
La bohemia de los artistas del 1919 se reunían en la Mansión Cichero de una antigua familia boquense donde nació el grupo Bermellónpara hacer un intento vigoroso del arte según Antonio Bucich, los fundadores fueron los pintores Adolfo Montero, Juan Chiozza, el escultor Orlando Stagnaro a los que se sumarían Adolfo Guastavino, José Parodi, José Luis Menghi, Victor Pissarro, Juan Borgatello y Juan del Prete.
Fortunato Lacámara con su trabajo “Desde mi estudio” de 1937 observa desde su balcón los barcos con el puente trasbordador como fondo en tono de amarronado pastel, como así Miguel Carlos Victorica lo hace con su retrato de su madre en 1935 en un marrón difumé, y “La cancionera” de 1932 junto a Santiago E. Daneri, Miguel Diomede y Emilio Centurión son los algunos de los retratistas importantes de la época.
Lo telúrico con las producciones de las obras de Fader, Gramajo Gutierrez, Bernaldo De Quirós, Juan C. Castagnino, Guillermo Butler, Fernando Fader y José Malanca entre otros abordaron el paisaje argentino que los identificó con la identidad, que el arte acuñó en el país con las imágenes tipicas donde los artistas dieron forma a una icografía nacional, profundizando en lo tradicional como su búsqueda plástica al típico paisaje argentino.
El tercer piso del museo lo reservó para vivir y trabajar desde su clásica ventana y pequeño balcón de amplia visión panorámca y como claro testimonio de cotideanidad que usaba para las tertulias de los amigos que lo visitaban para cenar, tocar el piano junto a sus muebles y utensillos multicolores que disponía, y bajo ésta condición cromática personal para su barrio, que multiplicó la costumbre de pintar las casas con vivos colores, al que dió un pintoresco panorama como distinción personal para crear la calle Caminito.
Caminito empieza a recuperar su identidad y comienza en 1957 a funcionar con actividad teatral, al igual que el patio de conventillo era lugar de representación de obras en dialecto genovés donde se recitó al Dante por su amigo Lázzari.
En 1957 hasta 1973 fue Cecilio Madanes que instauró en Caminito el teatro callejero con su puesta de “Los chismes de las mujeres” de Goldoni que inspiró la Commedia dell´Arte y siguió un ciclo durante 15 años con puestas de óperas populares, creando una magia colectiva entre autores como Sheakespeare, Pirandello, Discépolo, actores y hasta los vecinos del lugar quiénes prestaban sus ventanas para la representación, y lugar en su casa para usar de camarines para los actores, y sus moradores eran acomodadores del público en las representaciones.
Sin embargo la vida de La Boca con el gobierno peronista quebró el idilio del barrio italiano con muestras de cierto desprecio a los primeros inmigrantes, con respecto a la relación con las instituciones públicas, comenzó al tiempo a declinar por estancamiento de su área, el más pobre de la ciudad y solo el barrio comenzó a incrementar su turismo internacional.
En Caminito hoy con sus casas multicolores se vuelcan todas las expresiones artísticas visitadas por el turismo para conocer los trabajos de su pinacoteca, que implica la visita obligada a su importante museo por todos los turistas del mundo, y también para recordar ésa plazoleta con un mástil que recuerda a la salida de los navegantes italianos que se reunían en la Vuelta de Rocha, como el legado que homenajea a una generación de inmigrantes que cada año van quedando menos, salvo de aquellos que tienen algunos descendientes que viven aún en el popular barrio.
Fuente; La colección del Museo Quinquela Martín, una cuestión de identidad.
Ver nota relacionada en; http://www.e1000tsf.wordpress.com
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